Somos un país que no
vivió una guerra, como las guerras mundiales primera y segunda que afectaron a Europa
. O supongamos que la guerra de Malvinas nos haya dejado tan fundidos económica
y espiritualmente, como hoy estamos.
El hecho, en
definitiva, es que somos un país fundido y endeudado“ Hasta las manos” pero pretendemos vivir como si fuésemos el
país más rico y próspero del mundo y “No es así la cosa” : Cuando un
país o una familia, para acotar el ejemplo, están en bancarrota, fundidos, endeudados,
en rojo porque las cuentas no cierran; en primer lugar hay que ajustar el
cinturón y hay que trabajar más para atraer nuevos ingresos y así equilibrar la balanza.
Pero nosotros:- ¡No!
Ajustar el cinturón,
nunca. El papi Estado sigue pagando jubilaciones de privilegio, las hay de
hasta trescientos mil pesos, hay empleados públicos con uno o dos meses de
vacaciones anuales. Se pretende salir de
vacaciones dos veces por año a la costa, a Bariloche, La Quiaca o las
Cataratas; comprar ropas de marca, ir al cine todas las semanas, cenar afuera,
festejarle los quince a la nena y “ Tirar la casa por la ventana”; vivir
de planes sociales en lugar de laburar, porque laburo hay cuando se quiere laburar y se busca
laburo. O por qué, si no, cuando uno necesita un electricista, un plomero, un
experto en heladeras, un gasista, cuesta
tanto encontrar. Ah, otra cosa, nadie quiere capacitarse para esos oficios, ¡No!
En la juventud todos pretenden ingresar a la universidad para estudiar leyes,
medicina o filosofía y vegetan en las aulas, luego abandonan y no saben cómo
ganarse la vida, entonces recurren al pariente o amigo político, de la familia,
para que les consiga un puestito en la profusa administración
pública, y allí si, rascarse y cobrar a fin de mes y pedir aumentos de sueldos
y cortar calles o rutas cuando no se los dan. “Porque son mis derechos”.
Y de las obligaciones,
nada, “No se oye padre”
Admiro a las personas
que trabajan para ganarse su sustento, y más admiro a esas personas que con una
canasta venden sándwiches, ensalada de frutas o café, según la época del año de
qué se trate; admiro a esa mujer que trabaja a domicilio como doméstica y como
aprendió a coser, recibe trabajos de costura en su casa, admiro al peón de
albañil, que transpira la camiseta para llevar el pan a su casa. Ese sí que
merece la asignación estatal por hijo, aunque no sea empleado de ningún Estado.
Admiré a aquel vecino,
padre de familia, que en los setenta/ochenta con su catango (carro artesanal)
tirado por una yunta de bueyes vendía leña para parar la olla en su casa y
admiro a su mujer que enviaba a los chicos a la escuela impecables en cuanto al
aseo, a pesar de su pobreza.
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Qué los ricos sean
cada vez más ricos y entre estos los políticos, “Es otro tema”, “Harina de
otro costal” que nuestro fundido
país debe afrontar para evitar esas
injusticias de: “Unos tanto y otros tan poco.”
Basta de indiferencia
y “ponerse las pilas.”
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